miércoles, 7 de noviembre de 2007

RECORRIDO 00: ACERCA DEL PATRIMONIO

POR: Galerìa Autónoma

Hablar de la Universidad implica necesariamente hablar de todo aquello que la conforma y, en particular, de los universitarios, sin los cuales no existiría. Pareciera que esto se olvida cuando se toca el tan publicitado nombramiento de Ciudad Universitaria como parte de lo que llaman Patrimonio Cultural de la Humanidad, pretendiendo imponer la idea de que la frialdad arquitectónica se encuentra por encima de los procesos de transformación que han trascendido sus muros con ideas y prácticas concretas en ámbitos como la ciencia, la tecnología, lo social y el arte (por mencionar sólo algunos) que en ella se generan.Haciendo un poco de historia, los universitarios hemos sido parte de procesos de cambio a nivel nacional, desde la búsqueda de la autonomía en 1929 hasta el cese a la privatización de la Universidad Pública con el triunfo del movimiento estudiantil de 1999-2000, ofreciendo a la sociedad una esperanza en la búsqueda de alternativas, convirtiendo el sector estudiantil en un referente del mañana que se sabe construido desde el presente. Asumiendo que somos sujetos activos de nuestra propia historia y, por tanto, partícipes de la dinámica social, nuestro aporte a las aspiraciones populares se materializa a través de la defensa y consolidación de la Universidad como el espacio fecundo que vincule los saberes para la construcción de relaciones humanas –incluidas las de producción—justas y plenas, en el sentido más amplio.La Universidad no la hace aquel muestrario fino de arquitectura funcionalista de los años cincuenta, producto de la manifestación del movimiento moderno mexicano; la hace, sí, su gente, esa conciencia crítica que por su propia condición es contradictoria y que, a la vez, se pregona como aquello que espontáneamente surge de sus paredes. Una conciencia que cuando se sale de control y se vuelve cuestionadora de sus propias formas, se convierte para las autoridades en el enemigo a combatir, aplastando intentos de organización y discusión, reprimiendo a los universitarios, violando la autonomía para salvaguardar el orden y la vida académicamente conveniente. Es necesario hacer un paréntesis para ver quién es aquel que ha ido predicando en alabados discursos su fidelidad a la Universidad pública, un rector, Juan Ramón de la Fuente, que ha demostrado en la práctica ser el mayor represor de la multicitada conciencia crítica, cerrando el diálogo para imponer con golpes su razón; que puso tras las rejas a más de mil estudiantes y expulsó a aquellos que decidieron poner en práctica el conocimiento que cuestiona para problematizar y generar alternativas; que ha impulsado reformas a los planes de estudio poniéndolos en manos del neoliberalismo; que ha utilizado a la Universidad como trampolín político para obtener frutos de sus gloriosas prácticas al servicio del sistema que mantiene la desigualdad social en el amplio sentido de la palabra. Ese rector, que aún tiene cuentas pendientes con la lastimada comunidad universitaria, golpeada con el mismo puño que recibe reconocimientos académicos y nombramientos para la Universidad, y que no está dispuesto a discutir acerca de las formas antidemocráticas con las que fue elegido y elegirá a su muy próximo sucesor.Vale entonces preguntar, en esta euforia de reconocimientos, ¿qué es aquello que se valora de la Universidad?, ¿qué es lo que como universitarios nos toca defender? Parece que no son los edificios muertos sino lo que en ellos se gesta y vive. Ahora nos toca reflexionar, discutir, organizarnos para los tiempos difíciles que se avecinan para la educación pública. Démosle vida a ese conocimiento para convertirlo en herramienta, en método para entender nuestra realidad y transformarla.

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