domingo, 13 de septiembre de 2009

La estética de la afrenta


Este semestre la Universidad Nacional Autónoma de México amaneció mutilada. Miedos y decisiones unilaterales han despojado a la comunidad universitaria del jardín de la Biblioteca Central, regularmente usado para diversas actividades recreativas, fundamentales en la vida estudiantil. A cambio dejaron arrojada una plancha de cemento donde una multitud de hileras de piedras volcánicas y puntiagudas fueron dispuestas para dejar en claro la negación de nuestro paso. Paralelamente, enormes macetones, en su mayoría ocupados por magueyes, ocupan el pasillo externo de la Facultad de Filosofía y Letras para prohibir la instalación de los vendedores que desde el semestre pasado fueron retirados del espacio universitario. Las reacciones se han hecho ver y la solución hasta el momento no se ve clara.

Las acciones llevadas a cabo por las llamadas autoridades sólo pueden interpretarse desde sus efectos, pues hasta ahora no ha habido pronunciación alguna que declare sus razones. Son tres cosas las que en el fondo se suponen: una, el intento de bloquear los espacios de reunión con fines políticos; dos, el intento de resolución del problema de las drogas, legales e ilegales, en la UNAM; tres, por más increíble que suene, el restablecimiento de la salubridad en todos los espacios del campus.

Pensar que bloqueando determinadas áreas se conseguirá que la asociación política entre estudiantes sea frenada es tan absurdo que tendríamos que poner en tela de juicio la misma idea que supone tal razón como causa de estas acciones. No es absurdo pensar que se pueda querer restringir los espacios de comunión universitaria, por eso ya desde hace tiempo vemos cómo poco a poco nos han quitado nuestros lugares, como el Ágora, por ejemplo. Lo que sí es absurdo es pensar que a partir de ello van a impedir que nosotros nos juntemos y nos organicemos; no sólo nos sobran sitios, sino que somos capaces de, si hace falta, hacernos de huecos para poder dialogar y asociarnos.

En el mismo sentido, pensar que el consumo de drogas legales e ilegales será bloqueado por quitar un jardín donde, podría afirmar sin citas, eran más los que comían que los que tomaban alcohol y/o fumaban marihuana, resulta bastante iluso. ¿Pretenderán bloquear igualmente todo el resto de inmensos jardines que hay en CU?

Hasta aquí podemos ver que dos de las imaginadas razones parecen muy poco plausibles, o por lo menos habría que advertir que son soluciones ridículas e irrisorias. Personalmente no creo que esas “autoridades” estén preocupadas por lo que nos pueda pasar, por nuestra salud o por nuestra vitalidad, siempre y cuando nuestros defectos no se vean reportados en la institucionalidad de la Universidad. Y si así fuera, ¿por qué no preocuparse por la situación de los baños, por la muy pobre y poco alimenticia oferta de la cafetería de la FFyL o por los preocupantes niveles de alcoholismo de sus trabajadores? Yo estoy en desacuerdo con el consumo de drogas en CU, pero si las “autoridades” también lo están, ¿por qué no se hace algo con respecto a las fiestas de fin de año?

Al no encontrar en ninguna de estas medidas una explicación convincente de las desagradables remodelaciones, despliego la siguiente interpretación. Vemos que al exterior de la UNAM el rector José Narro se bate en el campo mediático con las políticas gubernamentales que operan actualmente en el país, y esas críticas al gobierno calderonista son para mí bienvenidas. Ahora, ¿será entonces que estas “autoridades” necesiten no tener patas de palo con las que puedan ser contradichas en este enfrentamiento argumentativo (que tampoco lo es tanto al no verse una respuesta explícita de parte del gobierno)? Esto me parece bastante plausible, pero entonces los que nos quedamos aquí adentro necesitamos quejarnos, porque no permitiremos ser carne de cañón de un conflicto discursivo que, si bien es legítimo, termina teniendo como despreciable lógica la de "el fin que justifica los medios".

Sin embargo esa explicación se queda aún corta. Encuentro, más bien, un intento de recuperación de la institucionalidad en la UNAM, un volver a tener el control, sobre todo después de la bruma política que sucedió a la huelga de 1999. Esto tiene muchas aristas, por ejemplo una idea de Universidad que recurre a la maquinaria industrial para entender su función; quieren producir profesionales, quieren ser una fábrica de trabajadores que reproduzcan un modelo particular de nación, por eso donde más encuentran trabas es en facultades como la de FFyL, por la esencia de sus carreras.

La tercera razón que anteriormente apuntaba aparece, después de los dos párrafos anteriores, bastante interesante. El persecutorio plan de salubridad dispuesto a partir de la última crisis virulenta que sufrimos dejó marcadas sus premisas en varias instituciones, y al parecer la UNAM es una de ellas. No se trata nada más de poner jabón en la entrada, sino de dividir con vallas los pasillos internos para “organizar” el tráfico diario, impedir el excesivo acercamiento físico entre estudiantes, no saturar los salones —en una Facultad de suyo saturada—, eliminar la oferta “callejera” de alimentos, remover los lugares donde los estudiantes puedan comer en el suelo, cerca de la tierra y de las ratas.

No creo que haya alguien que pueda preocuparse por la salud de los estudiantes entre esas “autoridades”, de otro modo, hubieran sido más consecuentes con la sanidad del diálogo antes de imponer tales restricciones espaciales. Nuestro bienestar es preocupante para ellas si afecta su estructura institucional, sobre todo en el plano de la apariencia, por eso encuentro en estas remodelaciones de fondo una erradicación de los mugrosos, los vagos, los marihuanas, los teporochos, es decir una eliminación de lo que “afea” la UNAM, un proyecto de «limpieza» que deje lustroso y sano este lugar que, como tanto repiten, no es un tianguis sino, con letras de oro, una Universidad. Los estudiantes no tenemos nada que negociar, nos quitaron arbitrariamente un espacio legítimo y útil; su intento de solución sólo complica más las cosas y provoca un desprecio que parece estar dirigido en contra del estudiantado. La no negociación no implica una clausura del diálogo, al cual estamos abiertos, pero no por eso hay que creer que pretendemos ceder en algo. Exigimos la restitución de un espacio que a nadie afectaba sino todo lo contrario.


Juan Aurelio Fermandeza 


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