lunes, 17 de noviembre de 2008

DE LOS MUERTOS ES EL DÍA



Nuestros compañeros caidos, un saludo revolucionario para los compañeros caidos el 1 de enero de 1994. Sangre que no se puede pisotear, sangre que no se puede burlar, sangres que son sagradas; y que creemos que por esa sangre están ustedes y estoy yo aquí en este templete, y gracias a mi pueblo que me concedió este templete por hablar enfrente de ustedes, de conocer estos distintos rostros de hombres, de mujeres, y veo también niños para los que están amenazados sus…
bueno su futuro, todo nuestro futuro

Comandante Zebedeo, 2 de noviembre de 2006, afuera del Palacio de Bellas Artes


El modo como solíamos percibir el paso del tiempo se ha modificado. Existe la sensación de que el tiempo transcurre más rápido y que contiene cada vez más acontecimientos. También cunde la sensación de que la mayor parte de las cuestiones importantes escapan de nuestra decisión.

Lo que vivimos ahora es una suerte de “presente omnipresente”, vertiginoso, demandante, predatorio; en donde los acontecimientos se confunden entre sí, aquellos que son relevantes y los que no lo son en absoluto. El pasado y el futuro se pierden como referentes; uno por amnesia y el otro porque se diluye en la catástrofe. El duelo y la muerte no son ajenos a este cambio. Lo propio de un dos de noviembre, de acuerdo a cierta lógica, es la repetición, algo que sucede todos los años y que nos dispara hacia el recuerdo de la gente que ya no está. Y aunque la fiesta de la muerte mexicana constituya un valor cultural tal vez único en el mundo, tampoco podemos eludir que en algunos casos se trata de una ritualización artificial de la muerte: del cumplimiento de un calendario que produce y oferta emociones o sucedáneos de éstas. Lo que tal vez queda es la problematización del sentido que tiene recordar a los muertos.
En un país como éste, en donde la injusticia y la impunidad conforman una experiencia cotidiana, vale pensar en todos aquellos que con miras más lejanas, pensando en los más, ofrendaron el tiempo que les fue dado. Sobre todo si ellos recorrieron los mismos pasillos que ahora caminamos, si para ellos fue cancelado el tiempo del que ahora seguimos gozando.

Es preciso arrancarlos del olvido, de las coyunturas, o peor aún, de su muerte como una extensión de la nota roja, como agregados del resumen de noticias del día. Que tengan un lugar: de ese modo es como se pueden tejer los hilos que conduzcan a la salida del laberinto. Tejer un pasado con el presente.

La salida no es visible por ahora y es por ello aún más importante no abandonar la tarea de tirar de ese hilo que levantarán otros después, del mismo modo como algunos recogieron los hilos de los que ahora disponemos y que son nuestras señales de ruta. Ésta es una tarea que no termina y de la cual no se desprende una promesa de futuro. Esto es lo más importante, que eso que denominamos futuro no existe al margen de todas las generaciones que nos precedieron.
Que quepan en ese futuro: éste es el compromiso secreto entre las generaciones y como decía Benjamin: si hay una generación que deba saberlo, esa es la nuestra: lo que podemos esperar de los que vendrán no es que nos agradezcan por nuestras grandes acciones sino que se acuerden de nosotros, que fuimos abatidos.

Recordando, haciendo, pensando, pondremos a salvo en la memoria a nuestros compañeros muertos por la violencia del Estado que oculta su rostro tras el velo de la impunidad. Pongámoslos también a salvo de la historia que busca borrarlos y sustraerlos de ella.1


DAVID BARRIOS RODRÍGUEZ



1. Como se ve, lo arriba dicho contiene una referencialidad que no puede ser omitida. Son las tesis de la historias de Benjamin, mezcladas con las tesis de la historia heredadas por generaciones de personas que en este país no tienen todavía un lugar en la historia. Para el caso, lo uno está contenido en lo otro y al revés.

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